De camino y búsquedas...
De vacíos que se llenan...
De cercanía y hondura...
De misterio y verdad...
De fe y Presencia...
De llamados y respuestas...
El texto que sigue es de Emilio Mazariegos, del libro Hombres Nuevos en Camino.
"El paso de la búsqueda a la escucha"
Sicar. Es un pueblo y es mediodía. En el campo y junto a un pozo. Está agotado del camino. Y se ha sentado, sin más. Una mujer. Un cántaro vacío. Y un agotamiento diferente. Una vida vacía también y quemada. Un encuentro de sorpresa. Una mujer que busca agua. Tiene sed. Una mujer que ha recorrido el “camino de buscar” montones de veces. Ha ido y venido con el juego de un pobre y frágil cántaro “lleno y vacío”.Como fondo, el silencio. Silencio caliente y pegajoso del medio día. El ruido de la polea. El cántaro que se adentra en el pozo. Y una voz desconocida que rompe el silencio: “Dame que beba”.Aquí está el Hombre aquel que siempre da. Y ahora pide a quien nada tiene. Hay que romper frialdades. Ella está distante. El se acerca y le habla de conocer el don de Dios. Y de conocerle a El. Y de recibir agua viva. Lenguajes distintos. Encuentro sin programar. Ni cubo. Con el pozo hondo. ¿De dónde el agua? Ella está empeñada en no prestar nada. En no dar. En seguir vacía. Y la pregunta: “¿Vas a ser tú más que Jacob?”Jesús ha creado interrogante. Jesús ha llamado. Jesús ha tomado la iniciativa. Siempre la toma. Que El no se quedó sólo para descansar. Era el Padre quien le había preparado “esta comida” de llamar, de despertar a su mesa a quien, llena de sed, se agostaba cada día. Y le habla de no tener más sed. Y de “un manantial dentro”. De un manantial “que salta hasta una vida sin término”. Jesús da sin medida. Porque El da vida. Y crecimiento en ella. Y la palabra sorpresa: “Señor”, le ha dicho. Luego, que le dé agua. Agua como la que ella siempre busca. Sólo que el cántaro se vuelve en un pozo, sin más. Y ahora la verdad en el encuentro. Llamar al marido. Volver con él. Y la verdad en la mujer. No tiene marido. Y la alabanza de Jesús por su sinceridad. “Bien has dicho”. El hecho inesperado: “Señor, veo que eres profeta”. Y la palabra de Jesús larga y profunda. La de adorar en espíritu y verdad. Y la mujer que “ya no busca”. La mujer que “ahora escucha”. Escucha desde un corazón vacío, sincero, abierto a la verdad. Tan sincero como su saber que el Mesías va a venir, dice.
Y Jesús: “Soy yo, el que hablo contigo”. Y como la música, cuando llega a su momento cumbre, termina (Jn 4, 1-42).
Ya no busca agua. Sino gente del pueblo. Les hace levantar de la mesa. La creen. A ella, la mujer de vida gastada en el placer. El Hombre aquel la ha hecho nueva. Y su llamada se ha convertido en Noticia gozosa dicha a todos. Se ha quedado con ellos en el pueblo. Ella desaparece. Y ahora creen en Jesús “porque le han visto y saben que es el Salvador del mundo”. Sin programar. Con el pretexto de un poco de agua fresca para comer, Jesús ha llamado y ha tenido una respuesta. Una vida ha entrado en otra. Ella no ha tenido una actitud crítica, de análisis, de llegar con la razón. Ella ha escuchado, ha acogido, ha sabido ir más lejos de la palabra. Ha creído en El. En un Jesús agotado del camino. Ha creído en El y ha dejado que su llamada fuese abriendo nuevos cauces en su vida. Jesús ha hecho brotar, del fondo del corazón, el agua viva, la presencia oculta del “ser en Dios” que dormía en lo hondo del pozo. Jesús ha entrado en su vida y con su amor la ha cambiado. Así de sencillo. Porque El llama porque es bueno. Llama a quien quiere. Y en el momento que quiere. Esta vez, el mediodía. Y en las afueras del pueblo. Con un sol a rabiar y a piar monótono de unos pardales. El pueblo se ha salvado porque esta mujer, la Samaritana, le ha dicho “sí” fiándose de quien apenas conocía. Un “sí” que es inicio de camino.
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