jueves, 3 de mayo de 2018

Caer para afuera..


A veces caemos para afuera. Quedamos por un rato o una temporada ajenos a nosotros mismos. 
El cuerpo se vuelve cáscara, máscara, casa deshabitada. No nos atormenta ese vacío porque no estamos en verdad ahí, pero del otro lado, sí duele. 
Algo en nosotros nos mira desde fuera y solo ve pedacitos de ser, desarticulados o rotos. En la cara una sonrisa, en el alma un dolor. En los ojos un guiño, en el alma un hondo desencuentro.
Caerse para afuera es hacer experiencia de desamparo, de exilio, de desconcierto, de no ser del todo. 
Caerse para afuera no se da de golpe. El otro lado puede ser tan sutil para abrirse delante, que a veces nos llegamos al borde sin haber advertido peligro; y de un solo movimiento nos descubrimos con el ser estrolado en cualquier piso. 
Caerse para afuera puede ser necesario algunas veces. Pienso, que es casi como esos exilios impuestos que a algunos le hacen abandonar el terruño; y que abren dentro un deseo infinito de volver a la patria. Pocas cosas se valoran tanto, como lo amado, en la distancia. 
Ese deseo es camino de vuelta, es miguita de pan marcando senda, es el eco de las voces amigas llamando por el propio nombre y recordando la identidad más verdadera. 
Si se cae para afuera, sugiero que no desespere: primero identifique los golpes, qué y dónde duele. Después intente poner el alma en pie. No hay apuro, es clave que entienda esto. Cuando pueda se levanta, y también cuando pueda y quiera va volviendo. 
Literalmente, va VOLVIENDO EN SÍ.

(y agrego, que no es lo mismo que volver en "no")
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