viernes, 26 de febrero de 2016

RASTROS


En el campo, la aparición en zona de algún animal salvaje es una amenaza constante con la que tienen que lidiar quienes viven allí, especialmente aquellos que crían animales.
La preocupación excede a la persona a quien, por ej., un zorro le ha matado una chiva. Muere una chiva, todos tienen el problema. Uno se acerca a una comprensión distinta de lo que significa ser "el Buen Pastor" que deja a las 99 en busca de la oveja (chiva) perdida. Esa, perdida, caída en el ataque, o muerta es parte de la vida del pastor. Le ha implicado trabajo y tiempo, esfuerzo y dedicación, quizás hasta cariño. Es parte de su tesoro, y no es que pierda un "bien" en el sentido en que lo consideraría quien es "dueño", sino que se desprende de parte de sí mismo. Un pastor no es un dueño.

Ahora el zorro es la amenaza. Es noticia en el lugar. Todos en estado de alerta. 




Y ahí va uno que no tiene idea de cómo es un zorro - color, tamaño- y que nunca lo ha visto de cerca, queriendo ayudar a encontrarlo. Pero es inútil. Los cerros y campos se hacen infinitos para quien no tiene indicio alguno de lo que busca. Mira cerca, mira lejos, mira con ninguna posibilidad de acierto, mira a ciegas.

Otro, con la mirada más experta, con el ojo de cazador, con otro conocimiento del lugar y los tiempos del animal buscado, no mira azarosamente. Anda lento, lentísimo. La mirada en el camino no en cualquier parte. Hay algo de intuición, claro, pero mucho más de experiencia y de aprendizaje en ese modo de mirar.
Quien sabe buscar lo primero que busca son señales. No espera encontrarse inmediatamente en un cara a cara con el buscado. Entra en un juego casi detectivesco, buscando pistas que le indiquen que por aquí o por allá ha pasado. Prepara estrategias de caza. Avizora paisajes, escondrijos posibles, caminos. Pero pone especialísima atención en los RASTROS.

Para encontrar dos cosas son imprescindibles: paciencia para esperar el momento oportuno y que no gane el cansancio o el desánimo, y mirada entrenada para descubrir e interpretar los rastros en el camino.



Esto lo viví de cerca durante el mes de enero. El zorro finalmente fue cazado: el cazador tuvo paciencia, objetivo claro, y una excelente lectura de los movimientos del animal. Y a mí, como siempre, me dan ganas de darle una vuelta más a las cosas. 

Podría poner la lupa en varias cosas; pero por hoy elijo quedarme en los "rastros". Quisiera aprender la destreza del cazador en el mirar, aprender a buscar en mirada minuciosa, descartando huellas que no conducen a lo que busco, no distrayendo la búsqueda en lugares que nada tienen que ver con mi deseo más hondo. Y lo otro, aprender todavía mucho más el ejercicio de la espera, con un ánimo sostenido, con las pausas necesarias, con los intentos justos, con la distancia oportuna de las situaciones. Paciencia y mirada entrenada para seguir las Huellas que me lleven a aquello que sueño.









sábado, 20 de febrero de 2016

BUSCAR

Buscar implica necesariamente salir del lugar en el que se está, para ir tras aquello que se busca. Sea que lo que se busca esté fuera de uno o dentro. Hay que salir. Si alguien dice estar buscando pero no hay ningún movimiento hacia.. es muy probable que esté "esperando" pero no "buscando".

Buscar hace salir, invita y compromete a eso. 
Puede significar abrir las puertas de casa, recorrer caminos, arribar a otros paisajes, conocer otras historias, dejarse atravesar por otras gentes. Puede significar abrir los ojos, agudizar todos los sentidos, meterse más profundo, más hondo, más minuciosamente adentro. Puede significar abandonar algunas certezas, abrirse a la escucha, dejarse iluminar, limpiar la mirada de ciertas costumbres, seguridades, recorridos ya hechos. 

Siempre la búsqueda nos pone frente a la novedad, no se busca en el vacío, sino en un contexto que no arma para sí mismo el buscador, es un marco que no está en sus manos. Afortunadamente, claro. ¿Qué sentido tendría que alguien se pusiera a buscar un tesoro que él mismo ha escondido y del que ha incluso dibujado el mapa? 

Buscar a ciegas nos abre a otra aventura, que no es otra cosa que ¡la aventura de vivir despiertos!

Ir a lo conocido, a lo que se da por hecho, a lo seguro, puede poner al buscador en un terreno demasiado estrecho, pudiendo ser justamente eso que da seguridad el límite mayor para encontrar aquello que se busca. Hay un riesgo necesario que asumir. Un camino, no hecho por nadie más, que espera ser recorrido. A veces son senderos nuevos, imperceptibles, en los mismos territorios que ya se habitan; a veces la novedad es completa: recorrido, pasos, territorio, tiempos...

Para algunos BUSCAR se vuelve una manera de vivir. Cada hallazgo abre nuevas preguntas, nuevos anhelos, nuevas razones para andar. Cada búsqueda trae consigo un lindísimo movimiento de esperanza, de ejercicio de paciencias y desilusiones entramadas, de deseos y sueños también. Buscar y encontrar en una dinámica que no tiene fin, y que se vuelven como los naturales movimientos de inspirar y exhalar, buscar y encontrar como respirar=vivir.

Me sé entre estos. Me reconozco en ese movimiento permanente, en ese deseo de vivir una vida que valga la pena ser vivida para mí misma y para otros. 
Como siempre estoy encontrando y buscando en simultáneo; la sorpresa constante suele ser que en medio de todo el movimiento "buscando lo que no encontraba, encuentro lo que no buscaba"...  
Sorpresas del camino para agradecer, para disfrutar y para aprender a confiar en los procesos y en los tiempos de cada cosa. 




domingo, 14 de febrero de 2016

PEHUEN


La Araucaria o Pehuen es un árbol propio de la Cordillera Neuquina en la que anduve por este tiempo. Es un árbol de hojas perennes; está desde su origen llamado a vivir muchísimo tiempo. Varias generaciones de una misma familia son testigos del crecimiento de un árbol, y cada árbol bien podría escribir detalladamente la historia completa de la comunidad que crece y vive allí. Es parte de la identidad del lugar, sin duda, pero también el sitio en donde crece le da una identidad especial. 
Más allá del paisaje que lo apropia y lo acoge, hay algo que tiene el Pehuen que lo identifica y unifica con las personas del lugar. Su modo de dar fruto, tiene a mis ojos una connotación especial: los piñones (fruto) en abundancia y a tiempo crecen en las ramas del Pehuen ofrecidos al cielo. No como la mayoría de los frutos de otros árboles, que crecen colgados de la rama  de origen y al madurar se dejan caer. El gesto del Pehuen, con sus ramas arqueadas hacia arriba, levanta en signo de ofrenda cada uno de sus frutos orientados al cielo. Imagino la ceremonia presente en el gesto: este fruto no me pertenece del todo; fructifico, lo hago crecer, lo acompaño a madurar, y cuando casi está listo lo presento en ofrenda al cielo; agradezco haber tenido el regalo de ser parte de esta vida.
Foto: Ambrosio Lipovec
Ya maduro el fruto caerá, y esa es otra historia.
Así es la gente de este lugar. A puertas abiertas, ofreciendo lo propio, Dios primero, o Dios por delante (como dicen) y entonces sí, lo demás. En casa de Huberlinda, pude ver esto -un signo/regalo más: el primer mate, aún en sus manos, fue llevado hasta afuera y puesto en alto. no sé que palabras mediaron entre el cielo y ella, sé que hubo ofrenda. Fue bonito saberse casi bendecido, invitado a estar no solo por el corazón humano que acogía, sino siendo parte de un encuentro ofrecido que luego se derramó en abundante vida y una compartida linda y sencilla mate de por medio.

El Pehuen sabe que el fruto no le pertenece.
La comunidad Mapuche en la que estuve compartiendo estos días, con una sabiduría preciosa, entiende que la Tierra con todo lo que hay en ella, no es objeto de apropio. A la tierra se le pide permiso, nos acoge no somos sus dueños. Al agua se le pide permiso, se nos da no somos sus dueños, al Volcán se le pide permiso... Así en todo: se habita pero no se apropia. Tan simple como eso, tan hermoso como eso, tan esencial. 
Pehuen y tantos nombres que podría escribir ahora, GRACIAS por recordarnos quienes somos, de dónde venimos, y cuál es nuestro lugar con respecto a todo lo creado.


jueves, 11 de febrero de 2016

AGRADECER (segunda compartida)

 

Vengo de una experiencia que me dejó como saldo el corazón entibiado, blando, abierto; arropado en un sentimiento de felicidad del que no quisiera desprenderme nunca. Por momentos la tentación es no querer despedir, no poder abandonar aquello para poder seguir andando tranquila y atenta a lo que ahora la vida me pone delante. 

Me asalta por sorpresa cierta nostalgia. No quiero darle lugar porque sería reconocer que algo de lo vivido quedó fuera de mí y no es verdad. Extraño, sí; me encantaría seguir estando donde estaba hace unos días, sí, es cierto. Pero nada de nostalgia. 


Lo vivido fue un regalo desbordante, sorpresa tras sorpresa, superando todo lo que hubiera podido imaginar o prever. No podría pedir más, los regalos se reciben y se agradecen. 

Ahora se trata de eso: de agradecer tanto recibido, con palabras, con sonrisas, con gestos que den cuenta de lo que traigo dentro. Se trata de dejar salir a través de los ojos todas las miradas que me quedaron guardadas en el alma; a través de las palabras, las historias que quedan para siempre entramadas a la mía; a través del silencio, las escuchas que fueron paz y perdón para mí en estos días.

Nostalgiar no es lo mismo que soñar. Lo primero nos deja anclados a lo que ya pasó, quedamos anhelando más como si lo vivido no hubiera bastado, quedamos mirando para atrás como si des-creyéramos de la novedad que la vida tiene en adelante para nosotros. 


Soñar es otra cosa: caminar atentos al suelo que ahora pisamos, sumando nuestro esfuerzo al ahora pero con la mirada abierta, esperanzada, sin límites a todo lo que vendrá. La nostalgia se adormece en lo vivido, los sueños nos abren a la espera.

Quiero seguir soñando, mientras mi pulso va marcando feliz y serenamente un encadenado de gracias infinitas... gracias... gracias... gracias....



miércoles, 10 de febrero de 2016

Los caminos de la Vida... (primera compartida)

Golpear las manos. Aventurarse los perros a ir hasta los que llegamos de visita. El silbido salvador que desde la puerta de casa les avisa que somos bienvenidos. Pedir permiso. Entrar. Reconocernos casi sin mediar palabra. Asiento. En silencio dar comienzo a un ritual de mate que va y viene. Las miradas empiezan a encontrarse, a encontrarnos. Ahora las preguntas de rutina, necesarias, esas que dicen que nos conocemos un poco, que nos abrimos las puertas del alma-casa mutuamente. Hablamos de las cenizas del volcán, de las chivas, de un zorro amenazante, de los misioneros de antes y de ahora, de la Rural, del trabajo con las manos, de Dios, de la Tierra, de mi ciudad, del campo, de los caminos, de la veranada, del invierno y la nieve, de otras cosas. Tortas fritas, dulce casero, gestos que se multiplican en la simpleza profunda de quien da lo mejor que tiene, en algunos casos todo lo que tiene. Risa fácil, las palabras que empiezan a tejerse luego sin esfuerzo. Compartir y que el tiempo poco importe. Andar caminos, y que hasta lo que pareciera a primera vista repetido se viva con novedad. Paisajes que  nos ensanchan la mirada, que nos invitan a mirar lejos y cerca, en vuelo y en profundidad, todo a la misma vez. Todo esto es lo que me hizo sentir tanta plenitud en estos días, lo que me hizo/hace latir el corazón al pulso de una felicidad pocas veces emanada con tanta nitidez, lo que me hizo/hace/hará -espero y deseo- vivir de otra manera. 



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