Hoy me pediste hablar, nos sentamos una al lado de la otra y abriste el diálogo diciendo: "¿sabés que?soy muy INFELIZ". Tu voz entrecortada, mezcla de dolor, de bronca, de desesperación y hartazgo. Nunca antes esa palabra había tenido para mí el impacto que hoy tuvo.
Sentí casi vergüenza por mi propia felicidad, por lo afortunada que me siento.
El dolor se te sale por los poros, por los ojos, a través de tu voz. Me preguntás por qué te sentís así, y te miro desconcertada, porque sabiendo todo lo que estás viviendo y te pasa, no imagino que pudieras sentirte de otra manera.
Hace unos meses, cuando nos conocimos, en una de nuestras primeras charlas me preguntaste si alguna vez me había pasado creer que Dios no existe, me compartiste que a vos te pasaba a veces. Por primera vez sentí que me encontraba con alguien a quien esa duda le causaba dolor. No era la posición del que se presume más libre por no tener religión ni Dios, era otra cosa. Soledad hasta de Dios. La soledad de la cruz.
Al poco tiempo murió tu mamá, y ni siquiera pudiste acompañarla en los últimos días de su enfermedad porque no querías que ella supiera la situación que estabas viviendo.
Tu desolación es tanta, con tus apenas 21 años, que parece que vas a desarmarte en cualquier momento.
Ahora estás enferma, sentís miedo, estás tan dolorida en cuerpo y alma, y tu soledad es tan inmensa que no me siento con derecho a decirte nada desde el lugar en el que yo me encuentro. Solo te escucho, y te rezo.
Te pregunto tu nombre completo con la idea de ayudarte en un trámite que tenés que hacer.
Tu nombre primero, ese que ninguno sabíamos es MAGDALENA.
Y se me atraviesa el corazón evocando ahora a una Magdalena que en un momento se me hizo tan cercana. Aquella a la que el Resucitado le preguntó "Mujer ¿por qué lloras?", aquella a la que Él llama por su nombre y, con eso, la devuelve a la alegría, aquella que fue una privilegiada testigo de la Resurrección.
Hoy me quedo en la pregunta. Fuiste vos quien me pregunto por qué te sentías así ante mi cara de asombro mientras pensaba que no podrías sentirte, con todo, de otra forma. Y vos llorás enfrente mío, y me abrís tu dolor; aunque no te animás a darte la razón por la tristeza y la infelicidad que te habita por completo.
Magdalena, deseo que creas, que te sientas amada, que sientas que alguien te trata con ternura. Le pido a Dios eso. Le pido que llegue un poco de paz a tu vida, un poco de alegría. Que sanes, que la vida se te haga deseable, que te haga testigo de resurrección, que ya no llores.
Magdalena. Desde el primer día que hablamos estás en mi corazón, podríamos por edades ser madre e hija, siento que espiritualmente te estoy adoptando, que ya lo hice sin pedirte permiso.
Te nombro delante de Dios, ahora.
Que mis amigos te nombren también delante suyo, eso les pido. Sé de algunos amigos y amigas que lo harán.
(Isa, a vos te lo pido especialmente)