domingo, 9 de noviembre de 2014

Soy mamá.

Es quizás el regalo más hermoso que se puede recibir en la vida: la VIDA misma gestándose dentro, la vida que se "da a luz" (me encanta particularmente esta expresión), la vida que se "bienrecibe", la vida que crece y se abre dentro, y luego al lado de la nuestra.  
Es uno de esos regalos que nunca se nos terminan de dar del todo. Uno sabe que no podrá apropiárselo, finalmente, más pronto o más tarde, debe abrir las manos y soltar. Así es con los hijos, y ahora entiendo más que nunca aquello de "tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida...". Me resultó más comprensible experimentarlo como hija, advertir que no podría de ninguna manera vivir la vida que mis padres quisieron o desearon o desearían que hubiera vivido yo. Sus expectativas muchas veces no habrán coincidido con mis sueños o mis fracasos. Quizás mi manera de ser no se corresponde con la que ellos quisieron o intentaron moldear. 
Me hago preguntas como madre, que inevitablemente pasan también por mi corazón y mi experiencia de hija.
Y es que creo que no hay otra escuela para padres que no sea la propia vivencia, recuerdo, experiencia que se graba en nosotros al ser hij@s; solo que se nos olvida, y nos obliga luego a estar muy atentos, a volver a las profundidades del corazón y bucear en aquellas experiencias de amor, de cuidado, de esperas, de paciencias medidas de mil modos, de preocupaciones, de limites, de decepciones, de tironeos...y tanto más.
Mi casa en poco tiempo, pasó de estar habitada por mis dos niñas y por mí, a estar habitada por dos mujercitas y por mí. Debo decir que a veces no es fácil. Que los insomnios de los primeros tiempos de sus vidas, comparados a los que a veces me provoca su adolescencia explotando (literal) por todos lados, me resultan en el recuerdo, ahora, pequeñeces.
Hay mucho por aprender, por renunciar, por aceptar, por agradecer, y por ofrecer. Hoy, y porque es lo que el corazón está dictando, voy a guardar solo una palabra: gratuidad.

No importa cuanto uno haya hecho o dejado de hacer, a los hijos siempre les/nos resulta insuficiente. 
No importa cuanto deseo de cuidar y proteger hayamos tenido como padres o podamos reconocer en los nuestros, es claro que nunca serán suficientes los intentos de salvaguardar del peligro, de evitar los sufrimientos, de rescatar de cosas que dejan huellas de dolor para toda la vida. 
No importa la cantidad de advertencias-consejos porque llega un momento en el que los pasos empiezan a abrirse por caminos distintos, un tiempo en el que se reclama independencia, que se pide separación, y cada quien empieza a decirse a sí mismo su propia verdad , la verdad de "quien es" en el mundo.
No importan las horas sin dormir, las veces con el corazón en la garganta frente a una enfermedad, una situación difícil.
No importa que lo hayamos hecho solos, sin compañero en quien apoyarnos y con quién compartir la responsabilidad de toda la crianza. 
Y no importa cuánto sintamos que dimos, cuánto creamos que nos merecemos, cuánto nos parezca que nuestros hijos debieran reconocernos. No es por ahí. Ser mamá es educar el corazón en una escuela de gratuidad increíblemente hermosa, aunque a veces sea dolorosa también. Dar a luz,cada día de la vida de nuestros hijos. Volver a poner el cuerpo, el alma entera, el corazón expuesto a los dolores de parto una y otra vez. Nuestra misión es dar a luz, pujar hacia la vida. Gratis. 
Agradecer, aceptar un regalo que no nos pertenece del todo, hacer lo mejor que nos sale del corazón, y no esperar nada a cambio. Aunque la ingratitud sea muchas veces la paga, y aunque pueda parecer injusto  a nuestro corazón mezquino y apegado, dar con gratuidad y amar de esa manera, es el camino. 


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...