lunes, 27 de abril de 2015

Que tiempos aquellos... (memoria)

Más de una conversación o situación en estos días me conecta con el pasado, con "capítulos" hermosos. Pasados inmediatos y pasados lejanos. Siento nostalgia, un poco, pero sonrío. No es una nostalgia triste. 

A veces la memoria viene así: tímida, como pidiendo permiso para despertarnos el alma, va encendiendo las luces por dentro y nos llama. Nos saca del sueño y nos mete sigilosamente en el Sueño mayúsculo. Despertamos, nos reinventamos -palabra que me llego por estos días-, nos hacemos de nuevo un lugar en la historia en la que creíamos. 

La memoria nos despierta, nos anima a más, nos avisa de aquello que nos hacía latir el corazón de otra manera. Nos recuerda quienes éramos, y en el eco que trae de aquellos tiempos,  nos anuncia con cierta novedad quiénes somos ahora.

Uno pone el alma en el espejo, y reconoce no sin sorpresa que hay señales de dolor y de esperanza casi en partes iguales. Y no hay tiempo para adormilarse en quejas ni arrepentimientos, por "lo que ha querido ser y que no ha sido"; la vida sigue, y mientras tanto hay que andarla despiertos. 

Hoy celebro la memoria de aquellos tiempos, de las vueltas del camino, de las cosas que no pensaba, de lo que me perdí y de lo que hice vida. Celebro la nostalgia porque me confirma lo lindísimo de las experiencias vividas, de las personas que conocí. Y celebro este tiempo, y anticipadamente, también celebro el tiempo que vendrá.

La memoria, a veces, nos avisa por donde va el camino


domingo, 26 de abril de 2015

Junín de los Andes....

El campo -Junín de los Andes- antes de la erupción del Volcán Calbuco
Quienes me conocen un poco más, saben que es un lugar en el mundo especialísimo para mí desde hace años. Pocos lugares (físicos) me han regalado la experiencia de sentirme tan unificada, tan "yo" misma, tan en paz, tan feliz, tan "en casa".

Casi todas las entradas en el  Blog, del 2015, están atravesadas por la experiencia vivida en Junín de los Andes a fin de año, y luego durante casi todo el mes de enero, y un poco más acá, durante Semana Santa. 

No es cerca de casa; nos separan casi 1400 km. En horas de micro, transbordos de por medio, son casi 22 hs de viaje. Pero hay algo entre ese lugar y yo, que hace que me sienta misteriosamente cerca.
Hace mucho que nos conocemos, pero recién este año quiso Dios hacerme el regalo de llevar mis pasos a los lugares donde late de manera especial el corazón del pueblo: cada persona-familia de la comunidad mapuche Linares (en Aucapán, en Nahuel Mapi...), los nombres, los ojos, las sonrisas a veces tímidas y cargadas de una hermosísima inocencia; la palabra leve, justa, sin excesos; la capacidad de acogida en cada casa como nunca antes había experimentado. También hacer esta experiencia en la comunidad de salesianos que allí trabaja, vive y misiona. Me sentí familia, así me hicieron sentir.

Y la experiencia no termina. Ya estoy en mi casa, en mi ciudad, en mis cosas, en mis locuras cotidianas; haciendo esfuerzo por vivir bien lo que me toca en el aquí y ahora, y con el corazón mirando para allá. 
Cubierto de cenizas

Me llegan las noticias: mi familia de Junín y alrededores está sufriendo. Todo está ahora lleno de cenizas volcánicas, cubiertos los campos donde chivas y ovejas -para muchos su única "riqueza"- tienen que pastar.  Cenicienta el agua de las vertientes de donde todos se sirven para vivir. Cenizas en todos los caminos, en todos lados, adentro y afuera de las casas. Cenizas que vuelven desolador y gris, un paisaje de paraíso. Cenizas que seguramente no despertarán la queja de un pueblo agradecido, de una pobreza y una dignidad que quisiera aprenderles, de una esperanza a prueba de todo. 
Quisiera estar allá ahora, ayudando, limpiando, acompañando... y no puedo. Los pienso y los rezo. Estoy allá de algún modo, lo sé, aunque sea en el deseo de estar. Mientras tanto, los traigo al recuerdo, al corazón, a las palabras. Ojalá estén todos bien! desde aquí los abrazo.

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