Hay un hondo silencio estos días en casa.
Es un silencio antesala de tanta palabra que acorazo hace tiempo. Silencio como página en blanco en donde podrían dibujarse a su antojo todas las palabras que retengo en algún rincón oscuro y seguro. Silencio como nido donde gestar sueño y vida, si me animo. Silencio como borde último de un precipicio que no tiene regreso, y del que obligada y necesariamente hay que saltar.
Voy a danzar palabras en este silencio.
Decirme por ejemplo, en ritmo lento, que miedo supera a deseos, pero que ya no quiero que sea así; y dar un giro y otro, y abrir pista. Danzar con pasos nuevos, dejar que el alma se entibie suavemente de ganas de soñar.
Decir que todavía, contra viento y marea, creo en el amor. El amor humano y verdadero, de vida entregada y compartida.
Decir que soy feliz aunque amenacen la sonrisa ciertas lágrimas que vienen de lejos y de muy dentro.
Decir que me siento agradecida, por lo que me ha tocado vivir. Sé que me acerco a mi verdad; que cada cosa que ha ido pasando, sobre todo en el dolor, me ha descubierto algo de mí que estaba oculto, reprimido, o ignorado. Ahora me observo y conozco un poco más.
Decir que tener expectativas a veces me congela el impulso; un marcado temor a los fracasos a veces paraliza mis intentos. Ahora puedo verlo.
Decir que la vida me parece cada día más hermosa, menos color de rosa, puro camino abierto desafiando rutinas y certezas.
Hay silencios que son más importantes que miles de palabras. Bendito silencio que me encuentra. Bendito silencio que me abre. Bendito silencio que unifica. Bendito silencio que me habla. Bendito silencio que despierta. Bendito silencio que despierta.