jueves, 13 de noviembre de 2008

En CaMiNo...

Esperanzada, aprendiendo, soltando, con ganas, confiada, tranquila, contenta, buscando, viviendo, intentando, atenta, más libre, más conciente, agradecida, más liviana de equipaje, abierta, EN CAMINO...
Así estoy. Así soy, hoy. Así me percibo.
Necesito hacer un pequeñísimo alto en el camino. No por cansancio ni desgano. Sino como quien para a un costado del camino, a disfrutar un momento del paisaje, los aromas, los sonidos.

Recordar sin nostalgias especiales ya, los pasos que me trajeron hasta acá.

Tal vez agradecer atajos, sorpresas, caminos sin salida... que me hicieron volver atrás y rumbear mejor.

Traer a la memoria personas que caminaron algún trecho conmigo, y que hoy ya no están. Se quedaron, tomaron otros rumbos, o fui yo quien buscó nuevos pasos algunas veces. No me pesa. Alguna vez me ha dolido, alguna vez me duele, pero acepto. De la misma manera que acepto a corazón abierto a quienes me van saliendo, en este tiempo, al paso en algún cruce de camino; igual que me aceptan los caminantes a los que me sumo en algunos pasos de hoy.

Son tiempos en que decido tomar mi vida en mis manos, y dar respuesta a cuanto se me ha regalado gratis y abundantemente. Son tiempos en los que siento una clara invitación a ir para adentro, y descubrir mi propia verdad y sentido. Son tiempos lindos, intensos, sencillos; en donde me siento construyendo esperanza mientras tanto busco...y me encuentro.
Dios conmigo. Yo, en sus manos.


Te dejo un cuento. Lo leí por primera vez, a los 21 años. Ya hace un tiempo de eso (amarillas las hojas en mi libro). Quizás en la misma búsqueda de ahora pero con una mirada algo distinta; seguro con otras experiencias y con menos posibilidad entonces de comprenderlo del todo.

Acá lo dejo entonces. Siento que está especialmente unido a mi experiencia de camino. A la esperanza que hoy me inunda. A la fuerza que me impulsa a vivir más plenamente. (a intentarlo al menos).
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El misterio de Dios

por Mamerto Menapace, publicado en La sal de la tierra, Editorial Patria Grande.

Dios lo abandonó para probarlo y descubrir todo lo que tenía en su corazón (2 Cron 32, 31)

Frente al misterio del pecado, muchas veces sube en nosotros esa pregunta: ¿por qué Dios lo abandonó?
Y si la experiencia de pecado se ha dado en nosotros, entonces se hace mucho más quemante la pregunta: Señor, ¿por qué me abandonaste ? ¿por qué dejás que mi corazón se extravíe lejos de vos? como dice Isaías hablando de su pueblo en el capítulo 63, 17.
Pienso que nuestro corazón es mucho más ancho de lo que nosotros pensamos. Nosotros hemos alambrado un retazo de nuestro corazón y pretendemos allí vivir nuestra fidelidad a Dios. Nos hemos decidido a cultivar sólo un trozo de nuestra tierra fértil. Y hemos dejado sin recorrer lo cañadones de nuestra entera realidad humana, el campo bruto que sólo es pastizal de guarida par a nuestros bichos silvestres. Hemos trabajado con cariño y con imaginación ese trozo alambrado. Tal vez hemos logrado un jardín con flores y todo; y para ellos hemos rodeado con un tejido que lo hacía inaccesible a toda nuestra fauna silvestre. Y nos ha dolido la sorpresa de ver una mañana que alguno de los bichos (nuestros pero no reconocidos) ha invadido nuestro jardín y ha hecho destrozos. Y la dolorosa experiencia de la presencia de ese bicho nuestro, introducido en nuestra geografía cultivada, llegó incluso a desanimarnos y a quitarnos las ganas de continuar. Es la experiencia del corazón sorprendido y dolorido.
Y no pensamos que a lo mejor a Dios también le dolía el corazón, viendo que tanta tierra que él nos había regalado para vivir en ella un encuentro con él, había quedado sin cultivar. Que nosotros le habíamos cerrado el acceso a gran parte de nuestra tierra fértil.
A veces, por ahí, uno de esos salmos (gritador y polvoriento) sacude alguno de los pajones de nuestro inconsciente, y se despiertan allí sentimientos que buscan llegar a oración. Pero nosotros enseguida los espantamos. No queremos que en nuestro diálogo con Dios se mezcle el canto agreste nuestra fauna lagunera. Quisiéramos mantener a Dios en la ignorancia de todo aquello que está en nosotros pero que nosotros no aceptamos.
Y es entonces cuando Dios nos obliga a reconocer nuestro corazón. Dios nos abandona para probarnos y descubrirnos todo lo que hay en nuestro corazón. Para que urgido por la dura experiencia de nuestro pecado hagamos llegar hasta sus oídos ese grito pleno de nuestro corazón. Y en esa dolorosa experiencia empieza a morir nuestra dificultar psicológica de rezar ciertos salmos. Nosotros no los aceptábamos porque nos sentíamos plenamente inmunes, puros, totalmente cristianos. Nos parecía que esos salmos eran "precristianos". Gritos de una geografía dejada atrás. Pero nuestro pecado nos llama a la dolorosa realidad de tener que comprobar que la mayor parte de nuestro corazón debe aún ser evangelizado. Que hasta ahí aún no ha llegado la buena noticia de que Cristo se hizo hombre, que murió asumiendo nuestro pecado y que con ellos descendió a los infiernos, para vencer en su propia guarida la raíz venenosa del pecado y de su compañera la muerte.
Dios podría impedir la quemazón de nuestros pajonales. Y sin embargo prefiere sembrar más allá de las cenizas, en la tierra fértil que hay debajo. Dios no impide nuestra muerte; en el surco de nuestra muerte siembra la resurrección para el más allá.
Porque Dios se ha comprometido con todo nuestro corazón. Porque nuestro corazón se salva en plenitud, o no se salva nada.
Pero Dios es poderoso. Y lo salvará.

3 comentarios:

MARIANO.- dijo...

Muy lindo, lo disfruté mucho, pero de a poco.
Si hay algo que gracias a la gracia de Dios aprendí es a no culparlo. A veces no comprendo por qué suceden las cosas, sé que tengo que cambiar en muchas cosas y que he caminado hacia atrás en algunos aspectos, pero sé que, donde no hay responsabilidad mía o de alguien más y reconozco que es obra de Él, acepto lo que me manda. Hace seis o siete meses me pasó algo que me dio bronca. No fue grave pero sí doloroso (aunque de esos dolores sin cicatrices, momentaneos). Estaba tan enojado que le decía a Dios: "sé que no es tu culpa, sé que pasa por otro lado, pero tengo bronca, y hoy no quiero estar bien con el mundo". Horas después se me confirmó el refrán "No hay mal que por bien no venga".
Un abrazo grande y seguí construyendo esperanza.

Cecilia dijo...

Amén, Analía por el cuento y bienvenidos los caminos nuevos, que se abren, las búsquedas y los encuentros.

Besos y excelente finde!!!

Vivi dijo...

Que lindas palabras!! Es cierto que muchas veces nos sentimos abandonados por Dios... y despues de un tiempo entendemos que siempre estuvo a nuestro lado, y solo quiso mostrarnos una faceta mas de nuestro corazon y de nuestra fuerza!!
Me quedo con esta frase: "Dios podría impedir la quemazón de nuestros pajonales. Y sin embargo prefiere sembrar más allá de las cenizas, en la tierra fértil que hay debajo. "

Besos

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