sábado, 27 de septiembre de 2025

Otoño en Primavera

El día que fui a llevarle aquel reloj por encargo de mi hermano, tuvimos una conversación preciosa de la que me despedí con lágrimas en los ojos. 

Ellos llevaban practicamente toda la vida juntos. Él pisaba los 90, ella algunos años más joven. Por esas cosas de la vida el complemento llegó de esta manera: él un hombre absolutamente lúcido, de mente despierta y con el cuerpo  un poco "achacoso" por el paso del tiempo; ella por el contrario, físicamente casi óptima, pero perdida por efectos del Alzheimer que avanzaba a pasos gigantes.

Ese día en el portal de la casa, entregué el reloj, y hablamos del tiempo, de la vida, del amor y otras yerbas. Él rezongaba porque ella le daba bastante trabajo, aunque en ese momento estaba aliviado porque ella hacía su siesta.  Entre una cosa y otra me habló de una promesa, y fue clarito y contundente en eso: se habían prometido acompañarse hasta el final. Era una promesa hecha en los buenos tiempos, muchísimo antes de que las cosas se pusieran difíciles. 

No teníamos nosotros demasiada confianza, pero ese día él me compartía esa promesa visiblemente emocionado; y yo recibí el testimonio absolutamente conmovida.

No hablo de amores románticos, de películas. Hablo de que en esta casa, incluso con cansancios, con grandes alegrías pero tambien con tristezas profundas, con impaciencias, con todo lo que podría agregarse en un listado de limitaciones (que desconozco, pero que quiero traerlas aunque sea en "supuestos"); hubo una promesa sostenida en Amor.

Hoy él se despide de este plano. Alguien que quiero me pide que rece para que llegue pronto al Cielo. Y rezo, sí. Pero si el Cielo existe (y yo lo creo) él  estará yendo derechito a fundirse en un abrazo con Juan.


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