domingo, 5 de enero de 2014

Paisaje-palabras...

Me gustan las palabras. Disfruto de leer, de escribir. Disfruto de los mundos que las palabras crean todo el tiempo. No soy una iluminada de las ideas, ni escritora, ni creo tener una sabiduría especial que necesite salir a la luz con lo que escribo: solo comparto intuiciones, vivencias, preguntas, deseos, caminos, búsquedas, sentires, cosas que me atraviesan. No tengo mucha más aspiración que esa cuando escribo. 
En este mundo de palabras no hay fronteras, no hay reinos, no hay leyes con las que uno pueda quedar dentro o fuera, ni permisos especiales para transitarlos. Si las palabras están ahí, compartidas, ya uno puede ser bien libre de "vacacionar" en ellas, de pasear por ellas, de "adueñarse" un poco de ellas y sin por eso privar a los otros de poseerlas de igual modo. ¡Las palabras son como el amor! No se agotan.

En esta experiencia de quedarse paseando por los mundos de palabras, hace unos días que acampo en un paisaje. Me cuelo en una escena a la que nadie me invita, miro de lejos y escucho a Jorge contándole a Santucho, su amigo:
"...Mientras íbamos por la ruta, le contaba lo duro que fue este invierno, de lo jodido que se habían puesto los caminos. Le decía que lo mejor es ir escuchando algo de Pink Floyd, de Deep Purple, de Silvio y por supuesto, algo de don Hugo. Que te pintan el paisaje tal cual es. Le contaba de las nubes, lo de sus formas, de sus distintas tonalidades. 
...Le decía que últimamente paso mucho tiempo allá, que había sido una bendición encontrar ese lugar, que siempre encuentro algo para hacer. Que nos estábamos juntando con los vecinos para tratar de que llegue el agua, que ya habían empezado a hacer los pozos. Que las garrafas de gas las reparten dos veces en la semana.
Le contaba de los perros, de la gente mala que los abandona, de las liebres, de las lagartijas, de los caballos, de los coirones, de los calafates, del abono, de la tierra negra. De lo mucho que cuesta plantar un rancho en medio del desierto. Le decía que hacía mucho tiempo no sentía el viento tan fuerte. El desierto es así -le decía- te pone a prueba constantemente."
Lo leo, y siento que lo escucho desde los ojos de Santucho. 
Miro los perros, la casa, la tierra reseca. Siento el viento en la cara y el olor de las plantas. Veo a lo lejos un hombre que trabaja alrededor de la casa. Veo vacío y siento paz. Y veo a Jorge habitando el paisaje, enamorado de las nubes y los perros, de su "rancho" y de un desierto que se vuelve desafío. Me gusta escuchar que a pesar de todo esto que parece complicado, se vive como una bendición y un lugar en el que se quiere ESTAR.

Ahora que me apoderé de las palabras, puedo volver a mis paisajes. Un lindo paseo para mí. Se abren los recuerdos de mis propios desiertos y confirmo lo dicho por Jorge: lo difícil de habitar allí, de animarse a sentir la inclemencia del tiempo a espacio abierto -sin refugios, sin reparos-; y el desafío de las pruebas que nos hacen más libres, más verdaderos. También quiero habitar en mis  tiempos de desierto, de desolación, de sequía; vivirlos como bendición.



Me voy sin saludar, porque me basta cerrar los ojos para volver. 



(El entrecomillado pertenece a Jorge Curinao, del blog: La chispa adecuada)

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