Las transiciones son buenas, al menos en mi experiencia. Son tiempos especiales para tenerse más paciencia que nunca. Tiempo para aquietar el corazón, para no tomar decisiones, para mirar tranquilo lo vivido y lo que se desea vivir.
La transición es un puente que hay que atravesar en un tiempo que va a destiempo de todo lo que veníamos andando e incluso de los pasos que vendrán. Es un momento especial para atendernos los propios latidos, para prestarnos atención a los anhelos más hondos, para sanar los desencantos, para mirarse uno mismo con particular cariño.
La transición es un puente que hay que atravesar en un tiempo que va a destiempo de todo lo que veníamos andando e incluso de los pasos que vendrán. Es un momento especial para atendernos los propios latidos, para prestarnos atención a los anhelos más hondos, para sanar los desencantos, para mirarse uno mismo con particular cariño.
La transición es un andar en una soledad acompañada. Digo que es claramente en soledad porque los procesos que van por dentro nadie más podría vivirlos por uno, por más amor y voluntad que tuvieran otros, no sería posible.
Pero, pero, pero hay una buena noticia: algunos vienen como quien no quiere la cosa atravesando el puente con nosotros. Y entonces hay un guiño compañero, un gesto cómplice, una palabra oportuna; y entonces hay una risa compartida, un mate listo, y un abrazo que aliviana el cansancio.
Se entra al puente, "invisible" quizás en apariencia. Es que necesitamos escondernos del afuera para poder abrir tranquilos lo de adentro, airear un poco y dejar que todo se vaya iluminando nuevamente.
Y entonces sí: la mirada se despega del piso, y ya no hay ganas de andar ni cabizbajo ni agazapado, se recupera el porte erguido y el paso a ritmo, y volvemos a ser "visibles".
Recuperamos luz y sentido. La transición nos devuelve nuestro perfume, nuestro modo de respirar, nuestro nombre, nuestros paisajes; y sin darnos cuenta cruzamos entero (y enteros) el puente.
Cada experiencia-puente es una bendición para el camino; necesaria, vivificante, gestora de un ser cada vez más pleno.
Envueltos en alegría, nos abrazamos a los que venían cerca, cuidando nuestros pasos, sosteniendo con sus miradas y con su propia alegría nuestro ser, incluso sin conocer las luchas interiores que venían dándose en nuestro corazón.
Un puente, un tránsito, SIEMPRE es y será oportunidad de Vivir más plenamente.
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