lunes, 6 de agosto de 2012

MEMORIA Y PRESENTE...



La memoria deja de perder peso como "solo pasado". 
Es mucho más que eso. La memoria es la parte del camino que nos trae hasta acá, a este ahora, a este presente, a estas circunstancias que nos rodean y acogen. No está mal recordar. Pero a veces puede hacernos pesar los pies para nuevos pasos. La facilidad con la que uno se ve muchas veces tironeado a quedarse instalado en el pasado: sea con los mejores recuerdos, con las cosas lindas y especiales que uno vivió, o con los recuerdos de heridas y situaciones dolorosas en las que a veces uno puede empeñarse en permanecer.
Y digo, recordar las cosas bellas, ¡claro que es lindo! Quién no goza de mirar, por ejemplo, fotos de lugares y personas que a uno lo hicieron sentir feliz, lugares a los que se quisiera volver una y otra vez, personas que uno quisiera aferrar y "tener" para siempre al lado. Uno podría quedarse añorando todo aquello y verse así limitando al corazón para más vuelo, para lo nuevo, para el camino hacia adelante. Un riesgo es quedarse "pegado" a ciertas vivencias de cielo en la presunción de que ya nunca habrá nada igual, preferimos "vivir del recuerdo", y quizás con eso, anular la posibilidad de descubrir nuevos tesoros en este tramo del camino que hoy se transita.
Lo otro, recordar lo que duele, lo que nos puede seguir lastimando en algún punto (recordar a modo de "quedarse instalado en ese lugar") puede ser también un modo fácil para no caminar, para no asumirnos caminantes de un camino todavía abierto y con más horizonte por delante que abismos. ¿Podría ser que la sola idea de volver a salir lastimado nos congele todo movimiento y uno prefiera quedarse ahí, detenido, justamente cayendo en aquello mismo que se quiere evitar? Sí, lo creo. Podría ser. Y muchas veces ES.

El pasado y la memoria del pasado tienen su valor, ciertamente que sí. Pero el valor de habernos traído hasta este lugar, a este momento de la historia, a esta manera de percibir el mundo, a esta posibilidad de aprender y crecer, de arriesgar y de asumir cosas que antes no eramos capaces. El valor de regalarnos una experiencia que nadie más hubiera podido vivir por nosotros, y que ahora se acredita en aprendizajes, en un modo único de irse moldeando el corazón, en capacidad de aceptar y confiar.

Esto va por dentro desde hace días, quizás con mucho más de lo que las palabras me ayudan a expresar ahora mismo. En medio de algunas preguntas y cosas que traigo dentro, el eco de algunas palabras que escuché en la homilía del domingo todavía me acompaña: creemos en un Dios que es presente, un Dios que se deja "tocar" y "ver" en medio de nuestras circunstancias, de nuestra historia, de nuestra vida concreta-cotidiana- real. Un Dios que está mucho más allá (o más acá, no sé) de lo que "ya pasó". Un Dios que se actualiza, se hace nuevo cada vez, eterno presente entre nosotros. 
Un Dios que es presente y a la vez tan lleno de promesa hacia adelante: "el que cree en mí, jamás tendrá sed". ES presente y ES promesa.

Que vivir "haciendo memoria" no nos haga perder de vista el vivir lo concreto que nos pasa. Que podamos estar atentos a los mil signos que dan cuenta de la vida que fluye, a veces sembrándonos preguntas, pero también regalando respuestas, ahí mismo, en el suelo que pisan nuestros pies y al abrigo del cielo que acompaña nuestros pasos.




1 comentario:

Teresa dijo...

Preciosa reflexión, Analía. El pasado acompaña nuestro caminar, pero que sea para dirigir nuestros pasos hacia Él, no para quedarnos parados anclados en recuerdos, sin querer avanzar. Cuando descubrimos que absolutamente todo lo vivido -"bueno" y "menos bueno"- nos condujo exactamente a este punto de la historia abierto al horizonte de Luz que es Dios...¡no podemos más que agradecer!. Un abrazo con cariño y feliz día.

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