jueves, 8 de noviembre de 2007

Quiero usar hoy este espacio para compartirles una carta que nos prepara y nos ayuda a entrar distinto, en la celebración que se nos regalará este domingo.
El sábado saldremos en viaje para participar en la beatificación de Ceferino Namuncurá, indiecito mapuche de nuestra tierra que vivió tan plenamente su vida, que hoy es un signo fuerte de que para llegar a la santidad, basta con ser y vivir a fondo una vida que valga la pena ser vivida. Ya les compartiré a la vuelta, sensaciones y vivencias del domingo. Por ahora, solo la felicidad que siento de tener esta posibilidad de estar el domingo en Chimpay.


Uribelarrea, 31 de octubre de 2007

"Desde los márgenes de la Patria para ser útil a su gente"

A los salesianos,
miembros de la Familia Salesiana y
amigos/as de Don Bosco de la Inspectoría

Queridos hermanos y hermanas, amigos y amigas:
Les escribo a pocos días de la beatificación de Ceferino Namuncurá. Lo hago desde la Escuela Agrotécnica Salesiana “Don Bosco” de Uribelarrea terminando ya mi visita a esta bonita y prometedora obra salesiana. En la entrada hay un hermoso monumento, ahora embellecido por los alumnos y empleados, que data de 1952 y recuerda el paso de Ceferino por este lugar. Se lo ve con bombacha de campo, pañuelo al cuello y con una pala en la mano como quien está por salir a trabajar la tierra.
Ustedes saben que siendo alumno del Pio IX de Almagro al menos en un par de ocasiones Ceferino estuvo en esta Casa para tener un adecuado tiempo de descanso y cuidado de su salud. Aquí se vio a este noble indiecito, como él mismo solía llamarse, salir del encierro de los barrios porteños y volver a respirar hondo el aire de nuestras pampas, andar a caballo como los mejores jinetes y dedicarse a tareas del campo.
Ahora estamos a las puertas de su beatificación: el próximo 11 de noviembre en Chimpay, Río Negro, su lugar de nacimiento. A Ceferino ya la gente lo había hecho “santito” a su modo porque hace tiempo que es bien conocida la devoción y confianza de una gran porción del pueblo creyente en este gran pequeño de la patagonia. Es que Ceferino supo hacer en 19 años que su vida valga la pena ser vivida y eso, la gente sencilla lo supo reconocer muy bien.
De los márgenes de la patria surge este joven que fue llamado por Dios a ser modelo e intercesor especialmente de aquellos que hoy siguen estando en los márgenes porque son considerados “invisibles”, “nadies” o “sobrantes”.
Ceferino supo ser sí mismo. Sin ninguna duda se identificó siempre con su gente, la “gente de la tierra”, los “mapuches”. Le tocó sufrir el ser el hijo del gran rey de las pampas que tuvo que mendigar unas leguas de tierra y terminar como coronel del mismo ejército que fue el brazo armado de una “civilización” que avasalló la “barbarie”. Le tocó sufrir la discriminación racista de sus compañeros de los Talleres Nacionales de Marina en el Tigre y cierto rechazo inicial de algunos compañeros en el colegio salesiano de Almagro. No fue fácil, pero este adolescente mapuche llevaba en su sangre el fuego de querer hacer algo que valga la pena y con mucho esfuerzo logró en pocos años aprender el castellano, leerlo y escribirlo con una bella caligrafía y ganarse el aprecio de todos en la escuela. Aprendió muy pronto a escuchar su propio corazón y buscar por todos los medios la forma de serle fiel.
Ceferino supo soñar con darse a sí mismo. Pronto aprendió a gustar el regalo de su bautismo y el don de ser discípulo y, como tal, misionero. El don recibido no podía ser guardado. Antes incluso de conocer más a Jesús, ya había sentido en su corazón el deseo de jugarse por los demás: “papá, me duelen los infortunios de nuestra gente, quiero hacer algo. Quiero estudiar para ser útil a mi gente”. Por eso el Cacique Namuncurá lo lleva a Buenos Aires. A los dos años de estar con los salesianos y habiendo cumplido ya los 13, empapado de espiritualidad y deseos de santidad escribe a su director:
“Deseo en este día decirle unas cuantas palabras; pero como no puedo decírselas con la boca, porque tengo vergüenza, yo se las digo con la carta. En estos dos años y medio que estoy en este colegio, me ha gustado mucho…
“Estoy muy contento que el reverendísimo monseñor Cagliero me haya traído del campo para que sea un buen cristiano…
“Algún día, cuando sea grande, también le ayudaré a monseñor Cagliero a convertir indios. Los pobres que están allí no saben que hay Dios, no saben que Jesucristo derramó su sangre para salvarnos. Yo tampoco lo sabía que había Dios, cuando vine; pues debemos rezar por ellos para que se salven…”
Bastaron dos años experimentando el sistema preventivo de Don Bosco para que Ceferino descubriera que su deseo original de jugarse por su gente tenía que ver también con hacerles conocer y llevarles al Dios de Jesús. Hace unos pocos días en un breve correo electrónico que nos enviara el Rector Mayor a los inspectores de la Argentina nos decía que la beatificación de Ceferino viene a poner en evidencia no sólo la acción santificadora del Espíritu Santo sino también la eficacia de la educación salesiana, cuando ésta es realizada con calidad.
Estoy convencido que este hecho vuelve a proponernos el desafío de jugarnos todavía más por la calidad de nuestras propuestas educativo pastorales tanto en la escuela como en el centro juvenil, en el oratorio, en la parroquia y en los lugares de misión. Hicimos mucho pero estamos invitados a ir por más. Tenemos un tesoro inmenso, invaluable y precioso para bien de tantísimos jóvenes que nos están esperando en las márgenes de nuestras ciudades y pueblos o en las márgenes de nuestra sociedad en pleno centro… Estoy convencido que hay muchísimos jóvenes con un fuego dentro que los invita a jugarse por su gente, por su patria, por otros jóvenes que están todavía más necesitados que ellos.
Ceferino nos invita hoy a ser nosotros mismos y a hacernos prójimos de los demás. Su joven e inquieto corazón –escriben los obispos de la patagonia- se jugó por la verdad, fue libre para realizar su ideal. Supo volar asumiendo los riesgos y las renuncias de su opción. Tiene entonces un mensaje para todo joven que busca la verdadera vida. Celebrar su beatificación nos ayuda a hacer memoria, pero también nos ayuda a renovar la dimensión profética de nuestra fe. Su ideal de servicio y entrega, no exento de dificultades, nos enseña a no “achicarnos” en el seguimiento de Jesucristo. Ceferino y su mensaje nos estimulan a no callar por miedo o cobardía la buena noticia del Evangelio. Nos desafían a ser hoy signos proféticos del Reino, frente a la ambición de poder, al consumismo aplastante, a la indiferencia frente al dolor del hermano. Ser profetas que no se creen dueños de la verdad, sino sus servidores.
Al igual que varios de ustedes yo estaré en Chimpay el día 11. También estará allí el Rector Mayor y con él toda la Congregación y la Familia Salesiana. Ya desde el 8 estaré acompañando a un grupo de inspectores y otros visitantes venidos desde Italia y algunos otros lugares. Iremos a Junín de los Andes, Viedma y Fortín Mercedes, lugares donde la santidad salesiana se puso en evidencia en Laura Vicuña, Artémides Zatti y Ceferino. Tendré presente a cada salesiano y rezaré por cada obra y miembro del gran movimiento salesiano y sobre todo por los jóvenes del MJS de cada casa.
Que Ceferino nos ayude a hacer que nuestra vida valga la pena ser vivida. La Auxiliadora nos acompaña.
Con cariño,


P. Horacio A. López, sdb
Inspector

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