Las luces se esfuman y todo alrededor pierde forma, perfil, realidad. Todo se desvanece. Nos gana la tristeza, la nostalgia por lo que teníamos y ya no está; nos abruma la condición de ceguera externa, este "no ver" que nos deja perdidos y asustados, incomprendidos y en una soledad que aunque no es real se vive como si lo fuera.
La noche nos aturde por efecto de vacío, nos impone quietud a cuenta de supervivencia, al tiempo que nos agita los latidos también a misma cuenta.
La noche acentúa el estado de alerta, y nos crece la certeza de que todo peligro será advertido tarde, de que nos falta perspectiva, de que hay demasiado impredecible alrededor.
La noche, también, nos unifica pues, despojados de todo lo demás, se vuelve oportunidad de mirarnos con otra simpatía, con un registro nuevo, con otra pasaje de revista: recorrido, memorias, sentires, miedos, miradas -actualizado-.
La noche nos acoge, nos abraza, nos susurra alguna Paz que viene de lo Alto.
La noche nos propone abrir los ojos, soltar lo seguro, abrir los ojos...abrir los ojos...
A B R I R LOS OJOS.
Puede que entonces, algunos faros en vocación de marcarnos camino, se hagan evidentes, descifremos las coordenadas, y retomemos movimiento más confiados y más fortalecidos
"No es la luz lo que importa en verdad, son los doce segundos de oscuridad". (Drexler)