domingo, 27 de diciembre de 2015

De la verdad del corazón.


A veces alguien se acerca con una sola pregunta chiquita, simple, verdadera, y nos abre el corazón. A nosotros mismos, primero. Uno puede responder con evasivas, con silencios, con cambios de tema incluso; pero la magia está hecha: alguien nos enciende una luz justito ahí donde estábamos más renuentes a mirar.

Ahora no hay vuelta atrás, para adentro y para uno mismo no hay escapatoria. Entonces nos disponemos a ver, a leernos los latidos que dicen tantas cosas. Pausamos las razones porque no se trata de ellas ahora. Respiramos hondo y nos juramos decir toda la verdad y nada más que la verdad. Esos momentos son gloriosos si uno está dispuesto a mirarse con auténtico cariño y ofrecerse ese descanso sin miedos, sin vergüenzas, sin excusas, sin prejuicios ni máscaras. Ese mano a mano con el propio corazón, tan necesario.

La oportunidad de sincerar el alma está al alcance de un silencio. Entonces comienza el encadenado de preguntas que no queríamos hacernos porque no tenemos tiempo ni valor para hacerlas, pero que acuden una a una a la cita sin que nadie las llame: ¿Qué sentís? ¿Añoranzas? ¿Qué estás necesitando? ¿Sueños despiertos? ¿Nombres? ¿Cuál es el alcance de tus corajes? ¿Qué te ilusiona? ¿Qué querés? 

Es tanto que nos llueven ganas de un abrazo. Esta soledad no se hace temible, ni árida. Es una soledad que nos encuentra. Toda la ternura que nos es posible nos acuna el sentir en esta hora y nos dice ¡dale, estás viv@!
Una sola pregunta cariñosa, sincera: "-¿Cómo estás? me interesa lo que te pasa", se vuelve un camino lindo para adentro. 

Lindo modo de terminar el año. Habrá que descansar el corazón, ordenarse, reconocer que hay dentro, animarse, celebrarse también, y dejarse sorprender.





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